La noche de un»sistema en caída»
El frío bogotano se rindió ante el calor de miles de voces que corearon “Wake up!”, como un mantra. A las 9:00 p.m., cuando las luces del Estadio Nemesio Camacho El Campín se apagaron, un estruendo de guitarras rasgó el silencio: System of a Down había vuelto.
«Der Voghormia», un canto tradicional armenio, abrió el ritual. Las luces moradas y rojas de la bandera de Armenia iluminaron el cielo bogotano, preparando el terreno para «Attack», canción que no sonaba en vivo desde hace una década
Serj Tankian, con su voz que oscila entre el canto ancestral y el rugido anarquista, lideró una ceremonia de más de dos décadas de historia. Chop Suey! resonó como un llamado a la rebelión interior, mientras Toxicity pintó de crítica social el aire nocturno. En la gramilla, mareas humanas bailaron al compás de B.Y.O.B., convirtiendo el escenario en un altar donde el metal se fundió con poesía.
La banda desplegó un repertorio que incluyó himnos como, “Aerials”, “B.Y.O.B.” y “Sugar”, «Cigaro», «Violent Pornography», «Deer Dance», «I-E-A-I-A-I-O», y claramente, «Lonely Day». En total fueron 34 canciones, piezas que no solo estremecieron por su potencia sonora, sino también por sus letras cargadas de crítica social, política, reflexión y por supuesto —porque en el metal también existe— amor.
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Niños que hoy son adultos, padres con hijos, y jóvenes que apenas descubren el género, compartieron una misma emoción: la de sentirse parte de algo más grande que ellos mismos, algo tan grande como la música.
La producción visual y sonora del Wake Up! Stadium Tour elevó la experiencia a otro nivel, con un despliegue de luces y efectos que acompañaron cada acorde y cada grito. System of a Down no solo ofreció un concierto, sino una verdadera terapia, recordando que el arte, puede llegar a ser tan poderoso que destruye en segundo esas barreras mentales.
El regreso de System of a Down a Bogotá no solo reafirmó su estatus como leyendas del heavy metal, sino que dejó claro que la música, cuando es honesta y poderosa, puede paralizar corazones y unir generaciones enteras en una sola voz.
El Campín no fue testigo, sino cómplice. Cada riff de Daron Malakian, cada golpe de batería de John Dolmayan, cada línea de bajo de Shavo Odadjian, se entrelazaron con los gritos de una multitud que esperó diez años para revivir esta magia. Cuando las luces se apagaron, quedó flotando en el aire la pregunta: ¿Cómo dormirán esta noche, después de haber despertado?